Tengo un amplio amor por las versiones, en lo musical y lo culinario. En cuanto a canciones, cuando me gusta mucho una, puedo escucharla mil veces en todos sus colores. No existe el cansancio.
En la cocina, me gusta buscar varias recetas de una misma cosa y armar la propia con retazos de cada una. El rompecabezas de ingredientes se arma como un cubrecama de cuadrados tejidos por una abuela.
Así que el otro día, después de haber almorzado en uno de esos bares de moda (todos se parecen tanto al otro que uno pierde la noción de donde está), me quedó el sabor del risotto de hongos dando vueltas. Resonando como canción. Arroz. Hongos. Hierbas. Queso. Podía percibir la melodía que se armaba en la cocina, todo al compás del calor y el vino.
Mi versión resultó así: En un caldo de verduras casero hidraté hongos secos y lo condimenté con un mix de hierbas que tenía orégano, tomillo, romero y lavanda. Corté un ajo y media cebolla bien chiquita y lo saltée con sal, para que sude y quede transparente. Después, agregué arroz yamaní, lo doré un poquito con la cebolla y el aceite de oliva. Luego agregué
poco a poco el caldo.
En otra sartén doré los hongos frescos con oliva y provenzal. Mientras se cocinaba el arroz, hidraté tomates secos y piqué unas aceitunas negras. Una vez cocido el arroz, agregué los tomates secos y las aceitunas. Los que consumen queso, es el momento de agregarlo, un parmesano es ideal y cuando sirven, los hongos doraditos por arriba.
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